Vida social. Va ya para una semana que los señores de Souto están en Santiago para asistir a una reunión de médicos, mejor dicho, a un Congreso de Pediatría. Mientras Antón asiste a conferencias, reuniones y discusiones de grupos, Rosario telefonea a sus amigas para salir a tomar el aperitivo juntas. Muy dispuestas, se van a una cafetería y les dan una vuelta a los conocidos: quien se casó, quien sigue soltero, otro murió, este otro non le fue al entierro, el de más allá se puso mal con el vecino de enfrente...
En este momento aparecen los maridos. Cambian de conversa y se ponen a hablar de la reunión pasada, del viejo que está el catedrático de tal asignatura, o del último coche que compró Mengano. Alguien habla de dar una vuelta por el Franco antes de ir a comer. Es una propuesta muy razonable. Al cabo, quedan de verse para tomar el café juntos, pero Antón y Rosario se disculpan, porque están invitados en la casa de unos parientes de Rosario y más tarde tienen que ir a hacer una visita de compromiso y aunque sea muy cursi, tomar el té. Antón dice que es mejor verse a las siete y media e ir después al cine. También hay unanimidad.
Antón obra un poco egoistamente porque al día siguiente de llegar, tuvieron la oportunidad de ir al teatro Oportunidad, ya que muy pocas veces se puede ver teatro en Santiago. Lo que pasaba en el escenario pocos de la sala lo entendían, pero nadie rebullía en la butaca. A la salida había comentarios para todos los gustos. Rosario, filosoficamente, le dijo al marido que envejecían y que él en particular tenía tendencia a dar cabezadas con el sueño en la butaca.
Así Antón sin otra cosa, encargó las entradas y telefoneó a un restaurante para ir a cenar a la salida de la película. Después de bien comidos y bien bebidos, nadie hablaba de ir a dormir. También pronto llegaron a un acuerdo: ir a un wiskey-club y bailar hasta que cerrasen y los echasen fuera. Y allí se fueron.
A las tantas de la noche, los señores de Souto Seoane abrían la puerta de la casa despacio y calladitos para no despertar a nadie. Henrique, que tenía la costumbre de quedarse a estudiar por la noche, salió de la habitación y quedó muy sorprendido al ver avanzar por el pasillo a sus padres muy serios con los zapatos en mano. Pensó "en el congreso se divierte".
Juan A. Thomas, Ph.D.
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