23 Castellano

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El tiempo   Hace ya una semana que Lelo está contento. Vino la nieve.  Un lunes de diciembre, sobre del día, empezó a nevar.  Cayeron copos de nieve y copos de nieve.  Al amanecer, Vilanova estaba blanqueada.  Lelo fue a la escuela y a las doce la acabó.  Las bolas cruzaron el aire en todas maneras y muchas dieron donde debían dar.  El frío desapareció rápido.

En cambio, el abuelo, después del buen otoño de noviembre, se le anubló el ánimo y se dispuso a soportar una invernía de agua e hielo.  No llovió ni heló pero nevó mucho.  Tío Pepe  se acercó al lado del fuego a esperar la primavera.  Ni diciembre ni febrero con su carneval, le prestataba una migaja.

Tampoco le  gustaba el mal tiempo al médico. El frío siempre traía enfermos, y tener que salir al intemperie noche tras noche lo dejaba tan aterido como un carámbano.

A Rosario le daba tanto julio como agosto o marzo. Decía siempre, fuese miércoles, jueves o domingo, que estaba atareada de trabajo. Carme le saltaba que de verano se podía ir a la playa, disfrutar del sol y ponerse negra como un carbón.  A Henrique, ecléctico, todo le daba igual.  En una noche clara, sin viento, con las estrellas alumbrando en las charcas de las carreteras al fin de una fiesta, venía tan contento como a la luz de la luna del Año Viejo, después de cortejar a una muchacha bonita.  Carme dice que la luna lo atonta, que pierde el norte y que lo mejor es buscarlo al abrigo de una taberna, al calor de la lareira.

Pero, aunque no lo digan, junio y julio, con sus tardes largas, con las puestas de sol tibias y con la caída de la noche fresca son del agrado de todos. Por algo es el buen tiempo.

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Juan A. Thomas, Ph.D.

Juan A. Thomas, Ph.D.

Associate Professor of Spanish, Chairman of the Foreign Language Department
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