4 Castellano

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El  cuerpo humano  Lelo lleva ya un año yendo a la escuela.  La señora maestra lo quiere  mucho y él va siempre de muy buena gana. Se levanta temprano y va  directo al cuarto de baño.

Pasa un  poco de agua por la nariz, por la frente y por las mejillas y le parece que ya va  lavado bastante.  Claro, detrás viene la madre y le refriega bien las orejas, el cuello y otros rincones donde no  entra el auga por las buenas.

Después de lavarse, él mismo, delante del espejo, pasa un peine por la cabeza.  Se peina con una raya al lado.  Da gusto verlo por las mañanas tan limpio.

Come unas galletas con leche que le saben mucho, y marcha a la carrera  para la escuela, brincando de piedra en piedra.  Hace unos días, al dar una zancada se resbaló, y, además de torcer un pie,  se arañó todo por las piernas e por los brazos.  Y todavía fue suerte que no  rompiese ningún diente, porque tropezó con la boca contra una piedra y hendió el labio de bajo.  Llegó a casa llorando como un perdido, hecho un mar de lágrimas.

En casa, con quien mejor se lleva   Lelo es con el abuelo.  Está siempre subido en el regazo de él pidiéndole que le cuente historias.  El abuelo, que no  ve por otro ojo, se harta de hacerle mimos.  Lo que más gracia le hace a Lelo de todas las charlas es el nombre de los dedos de la mano:  pulgar, dedo índice, el corazón  de todos, el anular  y el meñique.

El otro día lo llevó el padre a Santiago, y como la ilusión del pequeño es la de ser médico el día de mañana,  lo llevó a ver el Hospital.  Mientras estaba allí llegaron con varios hombres heridos de accidente de coche.  En el choque rompió las costillas el conductor y las canillas el que iba al lado.  De los de atrás uno habáa dislocado un hueso del brazo por el hombro y del otro tenían miedo que llevase roto el espinazo por algún sitio.  El niño  se asustó de ver tanta sangre y de oír tanto grito.  Tampoco le agradó el  mal olor que había por los pasillos del Hospital.  Volvió para la casa todo triste porque no  pensaba llegar a tener pecho para llevar a cuesta  una profesión de tanta responsabilidad.

Lelo es muy travieso, como todos los niños de su edad.  Está siempre haciendo diabluras.  No  pasa un día sin que tenga una pelea con el niño del vecino.  Por menos de nada  se dan  de puñetazos.  Raro  es el día que no  llega a casa sin aliento, con arañazos en la cara, mordeduras  en las orejas, chichones en la barbilla, cardenales en las nalgas, golpes en la cabeza.  Estan temblando que a calquier  hora llegue a casa con los sesos fuera, con una ceja partida, o  con el vientre despellejado.  ¡Ya le podía salir la muela del juicio!

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Juan A. Thomas, Ph.D.

Juan A. Thomas, Ph.D.

Associate Professor of Spanish, Chairman of the Foreign Language Department
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