6 Castellano

La escuela   Lelo,a trancas y barrancas, va  todos los días a la escuela, aunque sólo piensa en jugar.  La maestra lo pone siempre en la primera fila, en los pupitres delanteros, con los que ya empiezan a leer de corrido.  En la primera hora, Lelo anda despierto a medias, pues  se lava  como  los gatos.  No  hace sino mirar los mapas, sacar cuadernos de la cartera, pasar hojas, pintar con bolígrafo algún muñeco y, cuando le apetezca, repasa la lección del día.  Se aprovecha  que a esta hora la maestra corrige los deberes.

Quiere ser médico pero las matemáticas no se dan aunque sumar, restar y multiplicar ya sabe.  En cambio las cuentas de dividir no las hace bien, porque todavía está por dos cifras.  De todos modos, para sus años está muy avanzado.

Alguno de los compañeros no  da golpe, y cuando escribe el dictado, no  hace más que romper la pluma, coger tiza en la  pizarra para secar borrones o  ver los santos de los diccionarios.  El maestro que habían tenido, los castigaba muchas veces porque hacían novillos, pero ni  por esas los corrigió.

Por las once  ya estaba Lelo espabilado.  Entonces estudiaba la Geografía y la Historia, las Ciencias Naturales o la Doctrina, que tocaba los sábados, y se la enseñaba  el señor abad.    Lelo, no  es que fuese un resabio, pero aprovechaba bien el tiempo.

A las once, los chicos salían al recreo y jugaban al fútbol casi siempre; mientras, las chicas preferían el escondite o  jugar a las casas.  De vez en cuando había alguna pelea, y el soplón de siempre se  iba a chivar a la maestra para hacerle la pelota.

En la última hora todo el mundo hace problemas.  Los más grandes, de la regla de tres, de interés o de raíz cuadrada; en cuanto les da el resultado se van  yendo para las casas.  Para ellas solo llevan algún ejercicio de redacción o las faltas que han de escribir veinte veces.  A Lelo esto último lo enfada y le hace rechinar los dientes, aunque no  lo diga.