8 Castellano

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Oficios y profesiones  En la casa de Souto hubo obra por mayo.  El año pasado les llovió en ella y ahora no quieren pasar un invierno semejante.
-Como hay que hacer obra, - dijo don Antón- le vamos a dar una vuelta a todo.
- A las casa viejas non les van nada bien las reformas- sentenció doña Rosario.  Si me haces caso a mí, hacemos una casa nueva donde tengamos la era.  Además,  ¿dónde nos metemos mientras tanto?
Don Antón aceptó  inmediatamente.  Al otro día marchó  a  A Coruña para hablar con un arquitecto, amigo de él, que le había hecho los planos, y de paso saber de un constructor de confianza que trabajase a conciencia.
-De eso hay poco- le dijo el arquitecto-.  Pero siendo para un amigo. Habla con "Construccións Roxo".  Conozco yo al ingeniero asesor y el aparejador.  Son gente preparada.  Los materiales que usan son de primera.
De entonces a pocos días le pusieron los cimientos. En unas semanas estaban las paredes acabadas.  Los canteros habían hecho un trabajo lucido.
Pero antes de ver la casa cubierta todavía pasaron unos días.  Como no hay serrerías mecánicas cerca de Vilanova, tuvieron que llamar a unos serradores portugueses que andaban por allí, que usaban sierra de mano, y les llevó muchos días desbastando la madera.
Mientras tanto, los albañiles iban trabajando por dentro. Levantaban tabiques, daban masas, y colocaban la baldosa y el azulejo. Tras de ellos venían el electrista y el fontanero, instalando luz y agua.  Don Antón venía cada poco por la obra.  Siempre le gustaba echar unas palabras con los oficiales.
-Esta obra me da más trabajo- decía-, aunque no pongo una piedra, que la misma consulta. Que si notario, que si registrador, que si darte de alta en una oficina, que si de baja en otra. Y no puedes pasar por menos, si no, cuando te descuidas, tienes aquí un alguacil con un oficio del alcalde, o la pareja de la guardia civil con orden del juez de que se hay que presentar en el juzgado. ¡Doy al demonio tanta ley y quien la inventa!
Con papeles o sin ellos, la casa estaba casi acabada. Faltaban las puertas pero ya estaban los carpinteros con ellas entre manos.
-Por el San Mateo tiene la llave en la mano- le decía el constructor. Como quiera que la casa se acabó para el San Mateo, don Antón le quiso hacer un ramo por todo o alto.  Estaba muy obligado de los vecinos de Vilanova y quiso hacer una fiesta en la que participasen todos.
-Quiero que sea una fiesta de pote- dijo-.  La gaita sola no harta. Y así  fue.  Le encargó  al panadero un montón de empanadas, y le mandó a la pulpera cocer una calderada de pulpo. El tendero de Vilanova puso el vino. Naturalmente no faltó el gaitero, que en fiestas así es obligatorio. Ciertamente que floreaba bien.  Hacía bailar a un muerto. Y, si no, que lo diga el molinero, que no paró  de valsear con la costurera.  Era una risa.  También se llenaron de bailar el veterinario y la boticaria, el sastre y la lavandera, el zapatero y la tejedora, el herrero y la lechera.  Y no bailó el señor abade por aquello de la corona.

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Juan A. Thomas, Ph.D.

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Associate Professor of Spanish, Chairman of the Foreign Language Department
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